La noche se escondía tras dos grandes
montañas, y esperaba atenta, mientras el tiempo aceleraba
minuto a minuto, momento a momento; adentrándose silenciosamente en la cabeza de Guillermo, y disfrutando la locura que en el desataba.
Habían pasado ya bastantes lunas desde
la ultima vez, desde aquella frenética tarde de Abril.
La tarde se escapaba, y observaba a lo
lejos, como Guillermo fumaba grifa, desnudo, sentado en su
decadente y minimalista, sala de estar. Miraba fijamente el
televisor, confundido; mientras a la distancia, se escuchaba la
estática, y lo sumergía lentamente en viejos recuerdos de escuela.
En sus manos sostenía un sucio anuario
escolar, mugre y semen decoraban la cubierta; era una larga lista de
nombres, pero con el tiempo se había reducido a mas de la mitad.
Despierto solía revivir cada escena,
recordaba los prolongados lamentos de cada uno de ellos, y eso
le provocaba una extraña necesidad de tocarse; solía pasar
largo rato sentado, taciturno, pensando en el olor metálico de la
sangre y soñaba con su próxima victima.
Se sentía cansado, pero feliz; feliz de
tomar sus vidas; feliz de verlos suplicar, de arrancar su carne y
comer cada trozo con una sonrisa en la boca.
Ese anuario se había convertido en un obituario, aquellos rostros extrañamente familiares,
no guardaban relación alguna con su verdugo, salvo la música.
Aquella esquizofrenica y delicada melodía, que Painkiller lograba reproducir cada noche, en su cabeza.
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